Ram-Ampti, charrúas. Pueblos Originarios del Centro de Entre Ríos
Qué se sabe…
Entre los factores que han dificultado una descripción más cercana a la realidad del nativo en esta zona –además de los socio políticos culturales e históricos-, están la diversidad de intereses, origen, formación, etc.; de quienes han realizado dichas descripciones.
Así es que tanto escrito no ha hecho más que agregar confusión, ocultando gran parte de la realidad, antes que describirla. Pero aun así, pueden extraerse muchos datos muy útiles que, cotejándolos con la actual realidad visible –palpable-, pueden darnos una idea acertada de una identidad nativa actual íntegra, contenedora de los primeros habitantes de nuestro lugar en su más íntima esencia, a los primeros y verdaderos parte de esta tierra –ya con el nombre de charrúa, guenoa, minuán-.
Desde el principio
Se sabe que la vida tiene un único origen, que luego surgieron las diferentes especies y su evolución hasta la aparición del ser humano actual, hecho este que aconteció en el continente que hoy conocemos como África. Desde allí se dispersó por todo el planeta. En algún momento de su historia llegó a nuestro continente. Luego a nuestra zona. En su peregrinar (de miles y miles de años), las características fisonómicas fueron adaptándose a las necesidades del medio. Cada grupo que se establecía en determinado lugar fue conservando parte de esas características y cambiando las que fueran necesarias para su supervivencia. Lo mismo pasó con sus culturas, nacidas para dar respuestas a sus necesidades (de adaptación al medio y de sus agrupamientos y convivencia). Estos diferentes agrupamientos (naciones, pueblos, tribus), han ido teniendo su desarrollo o evolución propia de acuerdo a sus circunstancias históricas particulares –fenómenos naturales, confrontación con otros pueblos, necesidades de supervivencia, etc.-.
Por acá…
Hasta la invasión europea a este continente (que comienza el 12 de octubre de 1492), los pueblos que habitaban en él, vivían su propio proceso histórico dentro de su lógica particular, lo que se vio impedido de continuar, desviándose de su propio cause.
Entonces, los pueblos de este continente tenían particularidades que los distinguían entre ellos; y más, que los distinguían de los invasores –quienes habían desarrollado su devenir por caminos muy diferentes (y mucho menos diversos)-.
De Villaguay sabemos que por aquellas épocas habitaban naciones (¿?), pueblos, tribus, grupos de los que no hay acuerdo de cómo se llamaban a sí mismo. Sabemos que se los ha llamado –según la fuente y momento histórico político de su nominación-, guenoa, minuanes o charrúas entre otras denominaciones (se sabe que se ha dado diferentes nombres a un mismo grupo o el mismo nombre a diferentes grupos)-.
Despejando el panorama…
Como se ha dicho, cada grupo humano –comunidad, sociedad, etc.-, ha desarrollado su cultura –su modo de vida, su modo de ser-, según sus necesidades, en cada contexto que le ha tocado atravesar –a fin de satisfacerlas-.
Cuando otro grupo busca dominarlo, esas maneras de ser irán cambiando acorde a las nuevas circunstancias.
Lo escrito sobre el nativo siempre ha sido hecho desde la óptica del dominador, desde su lógica y cosmovisión.
Así, cuando el nativo hizo uso de los animales criados en las tierras que siempre había habitado –y que ahora habían pasado a tener dueños (algo absolutamente ilógico para su cosmovisión)-, cazándolo como siempre hizo; se lo llamó ladrón.
Cuando el nativo no quiso ser esclavo, dijeron que era haragán.
Cuando luchó por mantener su modo de vida, defender su cultura, contra la imposición de otra que en nada lo favorecía –oprimiéndolo, negado su identidad-, ser charrúa implicó ser destructor, arrebatado, sanguinario-y epítetos similares-.
Cuando las crónicas no estaban hechas con afán de dominación o sometimiento –aunque nunca lo estuvieron sin etnocentrismo-, se ha dicho que eran solidarios, puesto que “toma lo que encuentra según su necesidad y lo reparte comunitariamente”, se ha dicho que eran “tratables, -que- guardan fe en sus contratos, castigan a los delincuentes”, que “viven en armonía con todos los de los pueblos”, que “algo que caracterizaba a la cultura charrúa era la hospitalidad para con los extraños ‘aunque fueran enemigos’ y el cumplimiento de la palabra empeñada ‘aunque fuera a un enemigo’…”, y, más recientemente, que “sus partidas eran étnicamente heterogéneas”, siendo sus comunidades –por poseer estas características-, “un espacio dinámico alternativo al sistema”.
Y
también se escribió del nativo, connotándolo como negativo -propio de un ser
sin entendimiento-, que era “poco afecto a aceptar ninguna forma de conquista”,
o que “nadie determina sus operaciones, cada uno es dueño de las suyas…”.
A más de quinientos años…
Muchos de quienes sabemos de nuestra ascendencia nativa –al menos de nuestra comunidad (Charrúa Etriek)-, hemos accedido a este conocimiento por testimonio de nuestros padres, tíos o abuelos, recordando a sus padres o abuelos decir ser –simplemente-, indios.
Más allá de poder acceder a este tipo de testimonio para reconocerse plenamente nativo –sea charrúa, minuan, chaná, o indio-, la historia, la lógica y diversas investigaciones tanto genéticas como socio antropológicas –las arqueológicas establecen que desde al menos 4.000 años atrás-, dan cuenta que –más allá de lo que nos han querido imponer-, la mayoría de los habitantes del centro de la provincia Entre Ríos somos descendientes de aquellos pueblos originarios (y también de nuestros hermanos africanos inmigrados por la fuerza para ser esclavizados).
Hoy,
a más de quinientos años y aun con las modificaciones / adaptaciones que hemos
debido realizar, es posible identificar muchas características que han sido
rasgos distintivos ancestrales del nativo de esta zona, y que son fácilmente de
ver en nuestro medio, principalmente –y coherente con la
lógica histórica a la que se nos ha empujado desde la invasión-, en las zonas
periféricas, los sectores más humildes tanto del campo como de los pequeños
centros urbanos.
Que hacemos…
Hoy hace falta la asunción definitiva de lo nativo originarios, que somos. La asunción de nuestra propia historia. La asunción de que nuestra cultura -nuestro modo de ser-, no es ni más ni mejor que otras, pero tampoco menos o peor. Que el ‘fracaso’ y la marginalidad a la que se nos ha condenado son por causa de la avaricia, el egoísmo e individualismo de los sectores dominantes –portadores plenos de una cultura foránea-, y no de nuestra esencia que es solidaria, hospitalaria, comunitaria.
Entender
esto es indispensable para comenzar a plantearse seriamente salir de la
situación de opresión. Como también entender que es necesario aprender los
códigos dominantes -de la cultura dominante-, no porque sea mejor, sino por ser
la que rige el sistema en que estamos inmersos.
Así es que:
Debemos aprender y comprender la cultura dominante para saber contra qué se lucha.
Debemos
conocer y valorar la cultura propia, promoviendo su desarrollo, creando a
partir de ello, tomando críticamente lo que nos sea útil de otras culturas,
realizando las adaptaciones necesarias; para plantear estrategias en procura
del logro de la vida plena que nos merecemos.
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